Cultura TM – Lo que todos ya sabemos

Juan Naar - Cultura TransMilenio, 2018
Juan Naar – Cultura TransMilenio, 2018

Suena el despertador, lo prolongas de 5 a 10 minutos, vuelve a sonar y con tristeza aceptas que ya no podrás seguir durmiendo. Te levantas a ponerle frente a la rutina que elegiste: cama-baño-cocina, cama-cocina-baño, cama-niños-baño-cocina, o quizá sólo baño (si eres estudiante universitario) Sales corriendo a esperar en el paradero de turno el medio que tu elegiste para movilizarte.

Al llegar te encuentras con una fila gigante para comprar el tiquete; mientras esperas 2 minutos, cuentas mentalmente las diez maneras distintas con las que puedes pagar el pasaje, a pesar de tener el valor justo separado desde la noche anterior. Llegas a la taquilla y sorprendentemente se han alterado las tarifas, por escasos dos minutos ha cambiado el horario Valle al horario Pico. Buscas rápidamente unas cuantas monedas para que las personas que llevan el mismo tiempo de espera no se molesten más.

Pasas de una fila para hacer otra, ya que no es suficiente con simplemente pagar tu pasaje, también tienes que demostrar que si lo pagaste, En ésta transacción pasas 1 minutos más. Sientes que la fila corre más lento, al parecer tras el torniquete que te impide entrar, una nube de gente alborotada corre buscando otra fila para poder abordar su transporte público.

Pasan 10 minutos, el servicio que te sirve se ha pasado dos veces, uno se llenó sin que tu pudieras avanzar en la fila y el otro se fue vacío. Te impacientas, no puedes llegar tarde (a tu primer día de trabajo, a la entrega final, a la cita médica que esperaste todo un mes). Es imprescindible que tu transporte pasé rápido. Sabes que en el siguiente bus te tendrás que montar, pase lo que pase. Tras 5 minutos sientes un bus acercarse, el letrero no es claro, ves como se desocupa y espera 2 minutos mientras los conductores cambian su turno, se saludan sonriendo. ¿qué será tan gracioso? te preguntas.

El articulado avanza lentamente mientras intenta dejar entrar y salir a otros buses de la estación; Abre las puertas -¡Por fin!- grita la gente y entre gritos, empujones y pellizcos alcanzas a colarte en el último espacio existente. Suenan los pitos de las puertas, dos o tres veces, cuando por fin se cierran sientes como la presión mecánica de las puertas organiza a las personas dentro del bus. Sabes que no puedes moverte, lo intentas, queriendo quedar en una posición más cómoda (y menos sexual) mintiéndote al querer pensar que la mano que lentamente sube por tu pierna es la de un niño que intenta sostenerse.

Te sientes incómodo, pero satisfecho ya que por fin estás en camino. Tras una espera de 20 minutos, ir apretado en un bus es mejor que estar apretado en la fila de una estación.
Pues más o menos son así las mañanas en Bogotá. Estresado, ultrajado, con una frustración gigante por no poder controlar tu tiempo.

¿No te sientes reconocido?

Quizá seas afortunado y la estación está cerca a tu casa, si no lo eres y tienes que esperar un servicio alimentador súmale a esta historia de 20 a 25 minutos más.

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