La Física de la Fragilidad

No se trata de malos días, tampoco de apuros existenciales ni de remedos melancólicos, este natural antropocentrismo social que experimentamos diariamente, permite que nos encontremos fácilmente con estados de fragilidad humana ajenos y propios. Sin embargo, por muy engorroso que parezca la cercanía de fragilidades, no resulta tan apabullante si lo comparamos con aquellas veces en que como seres nos hemos sentido inmersos en la mórbida nada, o a lo sumo, experimentando la sensación de que la nostalgia está ocupando un espacio dentro de nuestra memoria.

Parte del equilibrio cotidiano de los seres radica en la conexión que existe entre “el hombre de todos los días”, y el humano que sé es cuando se está a solas, desde el entendimiento de que estas dos caretas  más reconocidas en el hombre se guarden un espacio entre sí o un límite. En la fragilidad interpersonal no hay espacio para existir adecuadamente, porque ni la una ni la otra careta o vértice se guardan un espacio entre sí, por el contrario, se mezclan, se desbordan la una con la otra, por eso es natural que muchos de nosotros apelemos al silencio y al ejercicio cognitivo de que por un día todos nos parezca relativo y sobre entendido.

Por lo tanto, no estoy hablando solamente de la fragilidad de la materia humana, estoy refiriéndome a esa fragilidad que es lo que es porque requiere primero de una colisión mental y física con los demás. No valdría la pena ponernos en la frente un pequeño símbolo de fragilidad indicando “Cuidado, se rompe” con el fin de que nadie se nos acerque, sencillamente, en estados como estos es difícil practicar una convivencia mundana, a tal punto que levantarnos una mañana para despertar entre los codazos de la ciudad nos resulta un insulto, y es peor, cuando el nivel de fragilidad se mezcla con sentimientos de cólera injustificados y aun así el mundo espera de nosotros el cotidiano ejercicio del lenguaje, no obstante, cualquier movimiento de expresión lingüística puede terminar siendo un agujero negro de comunicación. Es por esto que el lenguaje corporal se torna como lo único que es absoluto y maldito en el espacio y el tiempo.

En un ser humano, tal lenguaje permite la entrega de una percepción que funciona como un espejo para los demás, lo anterior  indica que a simple vista en el mercado de las comunicaciones no se encuentra un emisor más informativo que el propio cuerpo, por eso es fácil notar en nosotros y en los demás esa cansada pero embestidora sensación de no querer estar en un lugar, o esa energía individualista dentro de la gran ciudad.

Pese a esto, el bombardeo que inician los demás a través de preguntas indeseadas, con consejos no pedidos, con apreciaciones sobre lo que nos puede estar ocurriendo o con observaciones obvias respecto de lo que estamos transmitiendo, no puede terminar en una cosa diferente a  un éxodo de reacciones químicas que buscan migrar a todas partes. Así que es muy pensable que al final dentro de la continuidad física espacio-tiempo del universo, haya más de un hijo de puta que como mosca cayó en la trampa de nuestra cólera.

La cuestión podría resumirse en que el mundo no puede convertirse en el centro de la diana para que nuestra fragilidad tenga donde apuntar, esto es algo claro, lo anterior suscita una responsabilidad natural de la persona que por un día se está sintiendo frágil al entorno por razones que pueden ser innumerables. No obstante, la barrera que crea las transmisiones de nuestro rostro y de nuestro cuerpo en general también representan una responsabilidad o un deber dirigido hacia los demás.

Validar la intención con que los demás se acercan a la fragilidad de otro es importante, pero resulta algo difícil, más si tenemos en cuenta que pretender ser creativo con la comunicación que se le emite a alguien en ese estado puede arrojar resultados claramente peores. Básicamente lo pacifico dentro de toda física de la fragilidad se encuentra en el respeto hacia ese espacio privado en donde el dolor o la cólera del otro se mantiene en calma. Acercarse a la fragilidad de alguien con el fin de detallar el problema de cerca simplemente lo aumenta, las personas suelen llorar aún más cuando sienten un abrazo o escuchan palabras de aliento, ese tipo de acciones son disparadores del nivel de sensibilidad, y por lo tanto disipadores de la calma. Esto es algo natural. Ocurre y no es un mito.

Peores son los casos, en que la fragilidad tiene que encontrarse con una cierta cantidad de idiotas en el camino, en donde existe una clara ausencia de empatía hacia el otro. Esta ausencia permite que el frágil, si no logra pilotear el asunto, termine reaccionando de muchas maneras, mostrando hacia los demás rasgos de carácter que para casi todo el mundo se traducen en defectos, tales como el mal genio, el trascendentalismo, la cólera, la amargura, en fin. Lo importante de esta física de “espacio-tiempo” con la fragilidad, es que los humanos aprendamos que pese a que este estado ocurre en mayor medida en cierta clase de personas, nadie escapa de sentir tal fragilidad, es por eso que antes de juzgar ese estado tan natural en los demás se debe pensar en que tal vez por un día esa persona puede ser uno, lo primero a pensar es que no todas las personas tienen las herramientas adecuadas para sobreponerse a ciertas situaciones, así que antes de llamar a alguien con adjetivos como triste, mal geniado (a) o colérico (a) o sensible, es mejor pensarlo bien, dado que esta clase de palabras solo incendian la mecha de cualquier fragilidad; tomar distancia y esperar a que pase un mal día o una semana de mierda para acercarse y preguntar con algo de empatía sobre lo ocurrido es más de sabios que de cualquier otra cosa.

La fragilidad no es un defecto, defecto es que los seres humanos no sepan cómo lidiar con eso, y de seguro es porque de manera privada muchos aborrecen verse en ese estado, pese a que la fragilidad, entre muchas otras cosas, nos permite sentirnos más humanos.

Pd: Para que te des cuenta, que no todos los que te rodean son “idiotas”, yo te comprendo.

Ingrid Martínez - La nueva Bagatela

Escrito por Ingrid Martínez

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