(Un evento organizado dentro del aula de clases de Teoría e Historia del arte VI de la Facultad de Artes ASAB)
El aula de clases dirigida por el profesor de historia Jorge Peñuela, promueve su carrera personal persuadiendo a sus estudiantes al disfrazar su clase como una promesa del activismo estudiantil.
Al inicio del semestre el programa académico es transformado por el docente para, según él, generar otro modo de aprendizaje a partir de la ‘creación’ de un proyecto prometedor, al que nos invita a hacer parte sin ningún compromiso.
Tras esa falsa expectativa iniciamos una serie de visitas al café San Moritz, un lugar impuesto por el docente que se contextualizó forzosamente dentro de los sucesos del Bogotazo, pero que tenía obvios rastros de interés propio. Desconocíamos las experiencias que lo obligaron a obligarnos a tener en cuenta el lugar como sitio indispensable para la acción.
Resulta que el proyecto había sido aprobado en agosto del 2013 por el Centro de Investigaciones y Desarrollo Científico de la Universidad Distrital, y hacía parte de su semillero de investigación Dinámicas del Arte Contemporáneo en Colombia, es decir el proyecto ya existía hacía seis meses y necesitaba mano de obra para llevarlo a cabo.
Dicho proyecto se desarrolla entonces a lo largo del primer semestre, alternando las sesiones de clase entre la realización del proyecto de intervención y del currículo académico normal, el cual se limitó a dos fuentes bibliográficas impuestas y a la repetición de sus contenidos, brindándonos un precario aporte sobre conocimiento de la historia del arte contemporáneo que como propósito del programa pasó a estar en un plano bastante lejano.
Con la colaboración de Fernando Pertuz, quién guió el proceso de formación del proyecto, los estudiantes realizamos varias propuestas con la expectativa de desarrollarlas, pero sólo unas pocas fueron tenidas en cuenta, sólo aquellas que no contradecían el interés egoísta del profesor y de las cuales sacaría provecho.
La chaza, una de las ideas seleccionadas, surgió de la propuesta de un estudiante al que se le ocurrió ofrecer café gratis a los transeúntes, ésta idea fue la que le dio poder al evento. Fue explotada y acomodada a una acción que inicialmente llevaba el nombre de ‘Camino a San Moritz’ y que pretendía intervenir principalmente el interior del café homónimo y no la calle dieciséis.
Dentro de las propuestas rechazadas se encontraba la realización de un blog que abordaría las memorias del evento y contaría con una columna de opinión acerca de los acontecimientos del Bogotazo y su repercusión en la historia de Colombia. El argumento para la negativa del docente fue la existencia del conocido blog Liberatorio Arte Contemporáneo del cual Jorge Peñuela hace parte y donde se haría dicha recopilación obviamente bajo su autoría, invalidando sin oportunidad de discusión la iniciativa del estudiante.
Entonces, ¿Dónde se encuentra el supuesto activismo, si la libertad del estudiante y su opinión se ven coartadas por un déspota dictador que busca su propio beneficio e intenta a toda costa imposibilitar la figura del estudiante como creador? Como se dijo al iniciar este artículo, el activismo es una fachada.
De la misma manera se rechazó la propuesta de realizar el registro del evento por parte de varios estudiantes, argumentando que la universidad no facilitaría cámaras para cubrir el evento y que ya contaba con dos fotógrafos profesionales que tenían el mejor equipo para llevarlo a cabo. Esto fue una excusa más para introducir en el evento a sus amigos cercanos, cuyo equipo de trabajo no era mejor del que podíamos solicitar en la ASAB, además el resultado del registro no fue de la calidad profesional (Estas fotografías fueron eliminadas del perfil de Liberatorio después de la publicación de este articulo) que el profesor aseguró, nada menos se podía esperar de un control de calidad medido por la influencia.
Influencia que aplicó para la selección de cada uno de los componentes del salpicón, que resultó ser la participación desarticulada de personas cuyas propuestas no se sometieron a un proceso de selección, sino que arbitrariamente Peñuela les dio el pase directo como miembros del evento, sin importar que su único interés dentro de este fuera figurar como presos de Guantánamo con un overol naranja deambulando de un lugar a otro.
Así, todos los que no pasaron el filtro de los intereses ocultos del profesor, terminamos realizando acciones impuestas por él e incluso varios estudiantes fueron precipitadamente incluidos en grupos organizados a dos días de la acción. Fuimos piezas que se tenían que acomodar de algún modo para justificar el presupuesto que le facilitarían para el desarrollo del evento.
Entonces, ¿Cómo garantizó nuestra colaboración ‘voluntaria’? reteniendo nuestras notas de segundo y tercer corte, rompiendo la promesa desinteresada que había hecho inicialmente y aprovechando el desorden que el paro estudiantil generó al retomar clases.
¿Y cómo consiguió el presupuesto? Este aspecto nunca fue claro, Peñuela aseguró (dos semanas antes del evento) que debía pasar una propuesta explicando nuestras intenciones con la realización del evento para ver si la universidad le facilitaba dinero, agregando que era mejor si él lo hacía, para que no nos preocupáramos por eso. Pero si se trataba de una propuesta aprobada seis meses antes como se mencionó anteriormente ¿No le habían aprobado ya dicho presupuesto?
La falta de claridad siempre estuvo presente, pues sus evasivas eran la respuesta a muchos de nuestros interrogantes, quedando entonces varios cabos sueltos, en especial alrededor de los fondos que la universidad concedió para la organización del evento: ¿Recibió dinero para el semillero y también para nuestra clase? ¿Cuánto dinero por cada uno? ¿Por cuánto pasó el presupuesto? ¿Contempló en algún momento el evento como un proyecto estudiantil? o ¿Simplemente timó a sus estudiantes con el único fin de llevar a cabo su propuesta individual a cambio de una calificación? Sus verdaderas intenciones nunca se descubrieron.
De este proyecto finalmente se puede decir que fue el resultado del reciclaje de ideas de los estudiantes y algunos referentes que Fernando Pertuz nos dio en clase, puntualmente “Guantalibanes, performance para Guantanamera”, una intervención de Alonso Gil en Madrid (España), cuya indumentaria utilizada es idéntica a la que se usó en el evento, gracias a la imposición del docente para hacer referencia a su mundo que nadie comprende aún, pues no se entiende la alusión a la cárcel norteamericana dentro del contexto de la chaza callejera. Tal vez sólo se trató de una simple coincidencia que podría ligarse a una delicada estrategia publicitaria hacia su blog Liberatorio.
Entonces, ¿el plagio está legitimado como manifestación en la producción de arte contemporáneo? según Peñuela parece que sí. También parece que la curaduría es una acción deliberada en la que cualquier cosa puede ser arte si se está dentro de los límites estrechos del arte en Bogotá, escudados en el cuestionamiento a la rigidez de la galería para tomarse las calles con el supuesto de hacer al arte incluyente. Pero finalmente se trata del mismo juego, los mismos jugando a lo mismo, a colonizar un territorio dentro del cual se imponen discursos sesgados, desconociendo el contexto real, espectacularizándolo y vendiendo la imagen de un pseudoactivismo. Para el espectador común no deja de ser más que una feria, pues finalmente la construcción de memoria se deja de lado para repartir camisetas y generar un impacto meramente visual alrededor de manifestaciones aisladas que un marionetista se encargó de montar.
Es una pena que las enseñanzas dentro del aula se estén convirtiendo en el mal ejemplo de un profesor que usa a sus estudiantes como pretexto para recibir un presupuesto, que será manipulado por sus intereses ocultos para posibilitar el desarrollo de proyectos personales con la fachada de colectivo estudiantil. Mediante el menosprecio del intelecto y las capacidades de los estudiantes, se rechazó la construcción de pensamiento al imponer el propio como una herramienta de manipulación. Ejerció su poder para someter al estudiante a sus exigencias, bajo la premisa de un buen desempeño académico definido no por el aprendizaje sino por la tolerancia del estudiante la prohibición de su libertad de pensamiento y creación.