No deberíamos horrorizarnos tanto con que el gobierno nos quiera preguntar, si estamos dispuestos a asumir como ciudadanos y hermanos el momento histórico que representa el Proceso de Paz. Esta voluntad puesta en el pueblo no debería ser tan menospreciada o tan indignante ‘in iure’ como algunos lo han querido ver. En primera medida, todo esto es un asunto de Justicia Transicional que permite que un ejercicio democrático brinde legitimidad al Estado, no únicamente ante esta decisión sino frente a todas las demás decisiones que deberán tomarse para cumplir con el Acuerdo, así que la consulta no nos debería volarnos u ofendernos tanto la cabeza, esto ha ocurrido anteriormente en otros países. Se conoció la versión final del Acuerdo de Paz, así que es momento para que tomemos esta oportunidad de pronunciarnos con sentido de causa, pues esto no se trata de que seamos partidarios u opositores, esto es mucho más que eso; no significa que quiénes son partidarios quieran la paz a toda costa por encima de un valor como la justicia, o que quiénes sean opositores quieran más guerra; es por eso que me permito pensar que esto no se trata simplemente de un sí o de un no, se trata de que entendamos el asunto cómo es, esto es una decisión que al Estado y a los que hacemos parte de ella, nos cuesta una suma de contingencias sociales, económicas, políticas y entre otros temas como la seguridad social y civil.
El valor abstracto de la Paz como el de la Guerra, son valores que generan costos, básicamente El gobierno Colombiano, a través de esta consulta democrática, le está consultando que entre todas las formas o herramientas legales con las que cuenta para ejercer control, persecución u orden sobre filas armadas ilícitas, así como las formas de generar memoria, verdad y justicia para las víctimas del conflicto, cuenta con este mecanismo de Justicia Transicional que podría servir, y que si usted como parte de este Estado está dispuesto a asumir este reto, o este costo post-conflicto por encima de ese otro costo que es la guerra.
En ese orden de ideas, la consulta es lo suficientemente transcendental y se encuentra por encima de la polarización política del SÍ Santista o del NO Uribista. Y mucho menos la consulta puede depender de la popularidad del Presidente de turno, o de que ciertos sectores amenacen con un no, como una forma de ejercer recriminación frente al incumplimiento del actual gobierno.
Aún cuando todos hemos escuchado o leído que la firma al Proceso de Paz no traerá consigo fórmulas instantáneas ni inmediatas para solucionar cada uno de los puntos de este conflicto armado, que lo más seguro es que los cambios demorarán, debemos seguir creyendo que el trabajo del Estado con el Acuerdo, empieza y acaba con el trabajo que nosotros también hagamos como ciudadanos, porque la inclusión a la sociedad de víctimas y victimarios también va a depender de nosotros.
Esto es verídico, no existe ninguna forma de Justicia Transicional que tenga resultados certeros, todo va a depender de multiplicidad de políticas públicas, privadas y contingencias, van a pasar los años que tengan que pasar para que todo llegue a una forma más afable de ver el asunto. Puede que la deserción voluntaria de los anillos estructurales al interior de la selva, los cuales dan forma a una guerrilla como las FARC, se nos convierta en un tema coyuntural, incluso mucho más que las propias víctimas, pues estamos hablando de personas que han escogido el camino del conflicto armado a causa no de romanticismos Batistas, sino a causa de factores tales como la pobreza, el desplazamiento, o incluso, por temas de índole personal como la venganza, estamos hablando de personas que no son profesionales en el sentido estricto de la palabra, que es quizás lo que más uno espera respecto de quiénes conforman una guerrilla revolucionaria. En ese orden de ideas, no debe ser difícil comprender que la inclusión a la sociedad no es tan simple como parece, que lo más seguro es que se dé un incremento en la migración a las grandes ciudades, o que incluso, el comercio informal crezca.
En primer lugar, esto es algo que debemos entender y legitimar como colombianos: la firma del Acuerdo requiere un conglomerado de partidarios listos para tener paciencia, inclusión y empatía con nuestros hermanos, y aún cuando tengamos toda clase de contingencias sociales y culturales, seguirá siendo importante que concertemos entre todos la decisión de no permitir que una guerra tanta sucia, que ha servido incluso al narcotráfico, siga atrayendo compatriotas y hermanos enraizados a tal destino a causa de factores poco saludables del Estado.
Esto no va a ser color de rosa, tampoco se trata de que las generaciones futuras vivan en un país mejor, o que sigamos prestando nuestros hijos a la guerra, porque antes de todo eso deberíamos acordarnos que como seres humanos nos es inherente un valor como La Paz, o que como colombianos el artículo 22 de nuestra Carta Política hable de La Paz como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento, es por eso que la firma que legitime este asunto no está supeditado a un mañana, está supeditado a la pregunta humana que todos nos debemos hacer, acerca de cómo todos vamos a responder, frente a la salvaje educación de violencia que hemos heredado a través del miedo.
No obstante, se trata de que todo esto tenga un comienzo, y debe existir un mundo de posibilidades adentro de un gesto tan humano y simbólico, como lo es el de la desarticulación de las filas armadas, es certero que la desarticulación traiga beneficios lentos pero seguros, en este comienzo lo que ha dejado la experiencia de otros países en el asunto es favorable.
Lo cierto es que los campos necesitan de libertad para que el Estado pueda hablar de cobertura en todos los sentidos de la palabra, y de paso, elaborar políticas de reparación histórica alrededor de conceptos tales como la tierra, un concepto que de otra parte, fue la causa de este mal comienzo al que hemos llamado conflicto.
La forma en que se nos presenta está forma de solucionar este conflicto tan antiguo, requiere de ciudadanos libres y autónomos que puedan poner de su parte, para que frente a problemas estructurales como la corrupción y la impunidad, el gobierno cuente con herramientas no sólo simbólicas sino también humanas…
Escrito por Ingrid Martínez