Mi soltería y el feminismo

Han sido cinco años de soltería, cinco años en los que he tenido que aguantar la presión de responder a preguntas que ni siquiera mis tías, en su funesto rótulo de inquisidoras, me han hecho durante las reuniones familiares. No sobra decir entonces, que durante los últimos años, a causa de mi soltería, me he ganado rótulos contradictorios entre sí, de todo tipo y color, desde promiscua hasta asexual, o ya sea el de lesbiana, bisexual, buscona, ‘Miss Soledad’ y eterna despechada. La soltería parece ser un demonio, reprochable y cuestionable en las mujeres y en los hombres por igual, una cuestión de éxito o de estabilidad emocional que sólo los dioses desde su Olimpo adquieren, pero en el fondo, tales señalamientos hacia los solteros guardan adentro de sí, un número indefinido de miedos ajenos que sólo buscan ser achacados o ser extendidos. En estos tiempos de interconectividad, hay quienes sienten cada vez más miedo de sentirse solos. Entendible, pero no todos somos así.

El hecho de no haber tenido una pareja estable durante los últimos años, no significa que el celibato haya sido la respuesta para mí, pues como los gatos sin dueño de Joaquín Sabina, yo jamás he renunciado a otras manos, a otros cuerpos, a otras energías, mejor dicho, no he podido ser Morrissey en el mejor de los casos: de la cama al living, del living a la cama. Me he ido a las sábanas con o sin reglas de antemano, me he ido a la cama con el corazón repleto de ilusiones, enamorada y no enamorada, me he ido a la batalla sin tantos artilugios innecesarios de conquista, he ido detrás del hombre que me gusta, me han declinado las ofertas, y yo he declinado otras tantas. Todo en cinco años. En todo caso, una mujer no suma todas las veces en las que se ha ido a la cama con un tipo, sino las veces en las que se ha venido. Ahí les dejo el dato.

Durante todos estos años, me he dado cuenta que he estado en todas las posiciones posibles de una relación interpersonal, he sido la que más ha querido, la que no ha querido tanto, la que han dejado o la que ha roto la relación, incluso he sido la que ha tenido que cerrar los ojos para poder amar y sentirse amada. He tenido relaciones en donde he evidenciado el poder patriarcal del velo romántico, hombres dispuestos a mentir por un poco de compañía, y sólo por eso, he tenido que pagar por vacíos emocionales que no eran míos. Sobre la mesa de un bar me creí muchas cosas de ellos, pero también sobre la mesa de un bar me he ido y los he dejado hablando solos.

Vamos a hablar en términos prácticos…

En estos últimos años, de relaciones pasajeras, los hombres que me han dolido los he llorado, pero sobre todo los he dejado pasar. Y cuando digo que los he dejado pasar, no me refiero a que haya sido negligente a la hora de crear lazos afectivos con ellos, me refiero a que durante estos cinco años, entre hombres de todo tipo y clase social, he desmitificado el amor y las relaciones de pareja, pues decidí un día no luchar por un espacio en la vida de alguien, me refiero a que he izado la bandera de que rendirse es un derecho, que el amor no es un melodrama mexicano en donde uno perdona hasta el hastío lo que no debe perdonar, que no quiero ni puedo ser condescendiente con aquellas cosas que exigen de mi parte una renuncia, que mi tranquilidad y valor no están en las manos de un tercero, que nadie debe tener el poder en una relación, desde que exista la oportunidad de poder gobernarnos a nosotros mismos en pro del bien común, pero sobre todo, que puedo ser radical y tajante con aquellos que se lo merecen, sin importarme otros rótulos, como el de sentida, rencorosa u orgullosa. Todas estas cosas no me las ha enseñado solamente las malas relaciones, o el hecho de haber dormido muchas veces con el enemigo, sino la consciencia de ser feminista.

La reivindicación social del feminismo me ha enseñado a responder muchas preguntas que me he hecho de forma personal e íntima, me enseñó además que no tengo que estar en una relación para sentir placer, que el abracadabra de los orgasmos no siempre está en un hombre, que puedo ahorrarme las explicaciones de por qué estoy sola y sobre todo, de ahorrarme las energías frente a alguien en particular para no tener que explicarle por qué no me cuesta tanto estar sola, de por qué me gusta ser independiente y de que estar en una relación no significa dejar de serlo. Que decido con quién irme a la cama y con quién no, que el feminismo por sobre todas las cosas, enseña a decir ‘No’, sin necesidad de ahorcarse con una soga de culpabilidad por no cumplir con los deseos y las expectativas de otro, pues para empezar, las expectativas y los deseos del otro no me determinan. El feminismo, también me ha enseñado a decir ‘Sí’ sin un atisbo de pena o estigma. Me ha enseñado a no comerme ese cuento terrible de tener que ser la manzana más alta del árbol, que espera a que el valiente de turno la descuelgue de la cumbre. Me ha enseñado a ser clara y determinante con las cosas que quiero y que no quiero, a no hacerle perder el tiempo a los pretendientes, a escoger sí quiero ser amiga o algo pasajero en la vida del otro.

No pretendo señalar que se necesita ser feminista para entender este tipo de cosas, pero de alguna forma, yo necesité del feminismo para entenderlas. Esto ha hecho que muchas veces, me haya hecho la pregunta de qué hubiese sido si esta soltería fuese llevada por una versión mía pero masculina, y sí las preguntas constantes, las insinuaciones y los rótulos fuesen los mismos en ese caso. No lo sé, pero quizás la soltería a los 25 años no se lo reprochan tanto a un hombre como se lo reprochan a una mujer, porque existe la idea, de que un hombre puede ser más andariego que una fémina, y que una fémina sin su ‘piedra emocional y sentimental’ no puede ser, porque de lo contrario, es extraña.

Acabo esta pequeña entrada señalando que no estoy en contra de las relaciones, de los matrimonios, de las relaciones interpersonales, que por el contrario, creo en ellas, creo que pueden existir relaciones funcionales y sanas y que eso es posible, no sólo porque las he visto, sino porque para mí, es a eso a lo que debe estar llamada toda relación. Que ser feminista no es sinónimo de promiscuidad, soltería, u otras cosas, simplemente que la soltería como estar en pareja es una decisión. Sí me vuelven a preguntar, les contestaré que sigo soltera porque se me da la gana, pero como no soy capaz de ser tan seca con las respuestas, simplemente responderé, que no me afano, porque no me afana ni me disloca estar conmigo misma, que no sé, ni entiendo por qué a otros sí les preocupa sentirse solos, porque incluso hay quienes se someten a estar en una relación tormentosa y tóxica con tal de no ser solteros, pero no es mi caso, y espero que jamás lo sea.

Ingrid Martínez - La nueva Bagatela

Escrito por Ingrid Martínez

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